martes, 3 de octubre de 2017

LA CONSTRUCCIÓN DE LA LUZ

MORALEJAS DE UN CUENTO- LIVE (VERSIÓN BRUTAL)



Hacer una canción, construir todo ese edificio sonoro, un paisaje que pertenece a el alma y que puede ser tan extenso como una región, un país o un desierto; construir una canción y dotarla no sólo del sentido necesario para que puede ser inteligible, sino -y quizá más importante- de un peso, una densidad que como algo corpóreo pueda aplastar al oyente, es la mayor parte de los casos una tarea titánica. Demasiada energía para un hombre solo. Así que se impone, en la siempre complicada gestión de la mezcla, un tiempo largo de pruebas, remezclas, decepciones, errores de bulto, errores de matiz, fallos en la dinámica del sonido... Mezclar y no tocar es al final lo realmente fatigoso, el final de un proceso que te puede llevar al agotamiento.
Este es, precisamente, el caso de MORALEJAS. Manejar 12 pistas sonando a un mismo tiempo se sale del nivel de confort que con dos manos uno logra gestionar sin accidentes.

MORALEJAS fue durante algún tiempo (me refiero a nuestra época valenciana) el tema con el que cerrábamos las actuaciones. Y es, a día de hoy, (siempre lo fue) la canción que más certeramente define nuestro espíritu: canciones que brotan de la tierra y derrochan sonidos del alma atormentada. Violencia y energía sin matices. Las cosas como son. Cómo se las encuentra uno frente a sí mismo y cómo se sienten.

Y con ese sencillo aunque poderoso andamiaje de armonías, gritos onomatopéyicos, versos y acordes del hiperespacio se construye un relato sonoro. La historia de los desengañados que no abandonan la lucha por una vida y un lugar donde impere la sinceridad y la generosidad, la naturalidad y la supervivencia sin víctimas. Sueños imposibles que, sin embargo, son el acicate de la mente para no  caer en la depresión.

Este gigantesco tema (gigantesco, no sólo por su duración: 14 minutos) se compuso y se grabó por primera vez hace 20 años. Hoy, en mitad de la campiña, muy cerca ya de la cortadura descomunal del río (ahí donde la llanura se desbarranca sin transición hacia la estrecha ribera del Júcar), grabamos como sexteto y a la manera de un directo sin interferencias del mundanal revuelo. A las puertas de un verano que adivinamos eterno y tórrido, nos metemos en "la casilla de el Chato" y en un ambiente fresco y tranquilo, paredes de medio metro, adobe y piedra, techos de cañizo cubierto de viejas tejas y vigas de madera de chopo... conseguimos un sonido poderoso y limpio, como sólo la piedra puede reflejar.